jueves, 28 de febrero de 2008

Colorado el 19

La silla picaba en la entrepierna, ese acolchadito rojo no era para nada cómodo ni hipoalergénico, o como fuese que se dijese eso, picaba y picaba mucho. Sol descruzó la pierna derecha y con un leve y sensual movimiento colocó la izquierda sobre aquella. Contoneo hollywoodense.
Al levantarse estiró la pollera con sus dos manos y se irguió observando el casino prendiendo un último cigarrillo. Mentolado.
Amaba ver la bola recorrer indecisa los bordes de cada casillero, veloz, luminosa. Primero eran los dedos, las uñas rozando apenas su suave textura, haciendola girar una o tres veces sobre las yemas. Jóvenes las más de las veces o ya ancianas sobre el caer de la tarde. Luego la caída, aquél momento de expectativa que todos alrededor de la mesa ya tan bien conocía. Sol disfrutaba hasta que la casilla sonorizaba con un toc seco, allí el grito. Aquellas voces familiares y desconocidas que dictaminaban la suerte. El azar, la posibilidad. Todo en juego.
Por qué jugar en la vida con las posibilidades sino por el azar. Por la no posibilidad de decidir, asi jugamos en nuestras vidas todos los días. Ella no podía decidir no estar allí en este momento. Pero podía muy bien en un pestañeo de ojos decidir en este momento que esos dedos dictaminaran: Rojo el diecinueve.

Tomó su ganancia huyendo en zapatos negros gamuzados.

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